Sobresalto en el San Froilán tras el incendio de una tienda de campaña

La noche del domingo en Lugo, en pleno corazón de las fiestas del San Froilán, se tiñó de humo y sobresalto. Un incendio, originado en una modesta tienda de campaña situada detrás de los puestos del ferial, desató el pánico entre feriantes y visitantes. Un fuego breve, sí, pero lo suficientemente intenso como para recordarnos —una vez más— que la protección contra incendios no entiende de lugares ni de circunstancias. Basta una chispa, una distracción o un hornillo mal vigilado para que la fiesta se convierta en tragedia.

Según testigos, el incendio comenzó alrededor de las nueve y media de la noche. El origen, una olla sobre una cocina portátil en la que alguien había dejado calentar la cena. En cuestión de segundos, las llamas lamieron el nylon de la tienda, el humo comenzó a ascender, y el miedo corrió más rápido que el fuego. Los bomberos llegaron de inmediato y lograron sofocar las llamas antes de que alcanzaran los puestos cercanos, evitando así un desastre mayor. Fue cuestión de minutos, pero el susto, como suele decirse, durará toda la feria.

Y es que no hay recinto, feria o fiesta popular que deba descuidar la seguridad. Los espacios efímeros, esos que se montan y desmontan con rapidez, suelen ser los más vulnerables. Tiendas, cables, bombonas de gas, hornillos… Un cóctel que, si no se vigila, puede acabar en llamas. Por eso, en cada evento público debería haber, además de alegría y música, algo tan básico como un extintor 6 kg al alcance de la mano. Un gesto tan simple puede marcar la diferencia entre un susto y una tragedia.

El fuego no avisa: la lección del San Froilán

El incendio del San Froilán deja una lección clara: la prevención sigue siendo el eslabón más débil de nuestra seguridad colectiva. Muchas veces confiamos en la suerte, en que “no pasará nada”, en que “es solo un momento”. Pero el fuego no entiende de tiempos ni de lugares; aparece cuando menos se le espera y siempre exige respuestas rápidas. En este caso, la fortuna y la intervención eficaz de los bomberos evitaron un desenlace lamentable.

Lo cierto es que en 2025, en plena era de la tecnología y los sensores inteligentes, aún siguen existiendo rincones donde la protección contra incendios se confía al azar. Fiestas locales, mercadillos, conciertos, ferias itinerantes… espacios donde el control es más complejo, y donde la vigilancia y la formación deberían ser imprescindibles. Pero la realidad es otra: la mayoría de feriantes y organizadores no cuentan con un plan de emergencia detallado, ni con los medios adecuados para responder ante un fuego inicial.

La vulnerabilidad de los recintos feriales

El problema es estructural. Los recintos feriales son espacios improvisados, levantados en pocos días, con materiales ligeros y combustibles: lonas, madera, plásticos, textiles. Elementos que, ante una fuente de calor mínima, se convierten en combustible perfecto. Por eso, más allá del entretenimiento, cada evento de este tipo debería incluir una planificación básica en materia de prevención y respuesta. No solo extintores, sino también detectores de humo, señalización de salidas, revisión de bombonas y cableado eléctrico. Todo ello forma parte de una cultura que todavía cuesta asentar.

Porque si algo ha demostrado este incidente es que nadie está exento. Ni las grandes empresas, ni los pequeños puestos, ni las tiendas de campaña de descanso de los feriantes. Todos están expuestos. Y aunque la normativa exige ciertas medidas, la realidad —como suele ocurrir— va un paso por detrás.

En este sentido, disponer de un extintor operativo, revisado y accesible no debería ser una opción, sino una obligación moral. Los segundos que se tardan en cogerlo pueden ser los que separen un incidente leve de un desastre total.

Más allá del susto: una llamada a la responsabilidad

Las imágenes del incendio, que se difundieron rápidamente por redes sociales, muestran cómo una llama pequeña puede crecer con rapidez alarmante. Algunos feriantes intentaron ayudar con cubos de agua, mientras otros, impotentes, observaban cómo el humo se elevaba. En apenas cinco minutos, el fuego quedó controlado. Pero la reflexión es inevitable: ¿y si los bomberos hubiesen tardado unos minutos más? ¿Y si el viento hubiese soplado en otra dirección?

Los accidentes no se pueden prever, pero sí se pueden preparar. La educación en prevención de incendios es una asignatura pendiente en nuestro país, sobre todo en entornos festivos o laborales temporales. Saber cómo usar un extintor, identificar las salidas de emergencia o reconocer los distintos tipos de fuego puede salvar vidas. Lo que para algunos parece una formalidad, para otros se convierte en la línea entre la vida y la pérdida.

El fuego como espejo de la sociedad

El fuego, en su dualidad ancestral, nos acompaña desde que el ser humano lo dominó. Nos da calor, nos ilumina y nos alimenta. Pero también nos recuerda, cuando se descontrola, nuestra fragilidad. Y cada vez que arde una tienda, una nave o una cocina, aflora la misma pregunta: ¿estamos realmente preparados?

El sobresalto del San Froilán no es solo una anécdota local. Es un espejo que refleja la falta de conciencia general sobre la seguridad contra incendios. No basta con confiar en que los bomberos llegarán a tiempo; hay que asumir que la primera respuesta depende de nosotros. Tener un extintor a mano, revisar las conexiones eléctricas, no dejar fuego sin vigilancia. Son gestos pequeños, cotidianos, pero poderosos.

Porque, aunque el incidente no dejó heridos ni daños mayores, el susto bastó para que muchos feriantes se replanteasen sus medidas de seguridad. Y ese, quizá, sea el único lado positivo de la historia: la toma de conciencia colectiva. Una feria que se apaga en humo y sobresalto, pero que puede encender —por fin— una conversación sobre prevención real.

Un futuro más seguro: cultura de prevención

En los próximos años, la normativa europea y nacional seguirá avanzando hacia un marco más estricto en materia de protección contra incendios. Los espacios temporales, las ferias y los eventos masivos deberán cumplir estándares más elevados, especialmente en cuanto a materiales ignífugos y dispositivos de extinción. Pero la normativa, por sí sola, no basta. Es la conciencia de cada ciudadano, feriante u organizador lo que marca la diferencia.

Y es ahí donde debemos insistir: en educar, informar y exigir. Porque ningún San Froilán, ni ninguna feria, debería volver a ser noticia por un incendio evitable. Que el fuego de la fiesta sea solo simbólico, y no real. Que el calor venga del ambiente y no de las llamas. Que la próxima vez que hablemos de sobresaltos, sea por una actuación inesperada, no por el humo que empaña una noche de celebración.

Así que, mientras las luces del ferial vuelven a brillar, conviene recordar lo esencial: la seguridad no es un trámite, es una responsabilidad compartida. Y cada extintor, cada revisión, cada gesto de prudencia, cuenta.