Cuando el fuego acecha a nuestros mayores… y lo apaga un extintor a tiempo

La noticia ha pasado de puntillas por los grandes titulares, porque en este país lo que no acaba en tragedia parece que no merece más de un par de líneas y el olvido inmediato. Pero conviene detenerse. El pasado 2 de mayo, un incendio se desató en una residencia de ancianos en la sevillanísima Avenida Luis Montoto. Lugar populoso, transitado, corazón de la ciudad que presume de sol, de Feria y, ahora también, de tener un equipo de emergencias digno de alabanza.

Porque sí, lo que pudo haber terminado en drama nacional, en llanto desgarrado y portadas con crespones, se convirtió —gracias a la profesionalidad del personal del centro— en un ejercicio modélico de autoprotección. Detectado el humo, se activaron los protocolos, se confinó el fuego en la zona de lavandería, se evacuó a los residentes hacia zonas seguras, y los bomberos remataron la faena con eficacia y temple.

Incendio en residencia de ancianos y el importante papel de los extintores

Y uno se pregunta: ¿qué hubiera pasado si no hubiese habido extintores? ¿O si hubieran estado caducados, mal señalizados o, directamente, inexistentes? ¿Y si ese protocolo escrito en una carpeta polvorienta no hubiera sido más que papel mojado? ¿Y si…?

En esta España nuestra, tan dada a preocuparse por los fuegos del Congreso o los incendios de Twitter, se nos olvida que hay otros fuegos, más literales, que se apagan con formación, responsabilidad… y sí, con extintores homologados. Esos mismos que algunos consideran un gasto prescindible, una burocracia más, una obligación molesta.

Pues no, señores. Son una necesidad. Un deber. Un seguro de vida para quienes ya lo han dado todo. Y si me apuran, incluso un detalle de humanidad hacia nuestros mayores.

Claro, luego preguntamos por ahí cuánto cuesta uno y nos sorprende que el precio extintores sea tan razonable, sobre todo si lo comparamos con el valor de una vida humana. Lo que pasa es que hay quien prefiere ahorrarse cincuenta euros ahora y perderlo todo después.

Así que desde esta tribuna —en la que uno se permite, de vez en cuando, el lujo de la opinión— me atrevo a decir que cada residencia de ancianos, cada guardería, cada edificio público, debería no solo tener extintores. Debería tenerlos revisados, accesibles, señalizados… y homologados, señores. Que luego pasa lo que pasa, y toca llorar por lo que se pudo evitar.

Esta vez, en Sevilla, no ha habido que lamentar desgracias. Pero no nos engañemos: no siempre suena la flauta. Lo que ha ocurrido no es solo una buena noticia. Es una llamada de atención.

Y ahora, si me lo permiten, me voy a mirar mi propio extintor. Porque predicar está muy bien, pero apagar el fuego, mejor.

Incendio en residencia de ancianos